Este mini-relato se lo dedico de nuevo a mi querido novio, con el cual hoy, 27 de Septiembre cumplo 5 meses. Cariño espero que algún día tengas tiempo para leer mis historias.
Una vez soñé con una pradera, era una pradera de amapolas, rojas como la sangre, y en esa pradera una mujer, una mujer de cabellos lisos y largos, negros como el carbón, tez pálida y mejillas sonrosadas. En aquellos labios rojos se podía ver la tristeza, la misma tristeza que reflejaban aquellos ojos marrones. En su mejilla una lágrima, lágrima que el viento llevó hasta las amapolas. Y la mujer, rezando, alzó la mirada al cielo y volvió la vista al frente.
A un lado, cubierto con armadura y yelmo blanco inmaculado, un hombre, moreno de ojos verdes como rubíes, sujetando el yelmo bajo el brazo.
Al otro lado, un hombre corpulento, más bien mayor, montado a un caballo negro con la espada desenfundada.
Tras los hombres, un ejército, ejército de hombres y no tan hombres a punto de jugarse la vida, por su rey, y en este caso por una mujer.
La mujer en medio, expectante pero distante, rezando por que aquella pesadilla de vísceras y sufrimiento nunca empezara, y tras sus al parecer no escuchados ruegos, un grito.. Y tras el grito, los hombres y no tan hombres corriendo para matarse los unos a los otros como si tuvieran prisa por morir.
Y el hombre de blanco inmaculado se puso el casco blanco y el hombre del caballo corrió hacia el prado con su ejército, y aquella masa de gente chocó causando las primeras pero más brutales muertes. Rodaron cabezas, brazos y piernas, y los dedos de algún mártir, y aquel campo de amapolas se tiñó de negro por un segundo por la gente.
El hombre del caballo llegó hasta el hombre de blanco inmaculado que ya, su yelmo no era blanco, sino más rojo que las amapolas. Agarró espada en mano y cortó la cabeza del caballo cayendo el hombre corpulento y a la vez que caía del caballo decapitado cortó el hombro del desprevenido caballero. Los dos se enzarzaron en un combate en el que uno acabaría con la vida del otro, ambos, tomaron distancia el uno del otro y corrieron a la vez el uno hacia el otro, a la vez que aquella muchacha corría entre los cuerpos mutilados hacia los dos caballeros a punto de matarse, cegados por la ira y las ganas de poseer a la doncella de cabellos negros, ambos, chillando se lanzaron con las espadas empuñadas, con la mala suerte que, aquella muchacha que solo quería que aquella pesadilla nunca hubiera ocurrido y que aquel campo de amapolas volviera a ser el pacífico campo de amapolas donde ella pasaba las tardes rezando a dios, aquella muchacha de cabellos negros como el carbón y ojos marrones intensos fue asesinada por los dos hombres que más amaba, pues la ira y la codicia de ambos les llevó a acabar con la vida de la única persona por la que habían comenzado aquella cruel batalla de hombres, y no tan hombres dispuestos a perder la vida por su rey, y en este caso por una doncella a la cual ellos mismos habían arrebatado la vida clavando una espada en el pecho y otra en el estómago.
Y fue así, como aquel campo de amapolas, cubierto de sangre de doncella y cuerpos de hombres mutilados murió de pena al ver que ni los propios humanos tenían freno, y que la vida, por ser vida, tenía un principio, y un fin.
A un lado, cubierto con armadura y yelmo blanco inmaculado, un hombre, moreno de ojos verdes como rubíes, sujetando el yelmo bajo el brazo.
Al otro lado, un hombre corpulento, más bien mayor, montado a un caballo negro con la espada desenfundada.
Tras los hombres, un ejército, ejército de hombres y no tan hombres a punto de jugarse la vida, por su rey, y en este caso por una mujer.
La mujer en medio, expectante pero distante, rezando por que aquella pesadilla de vísceras y sufrimiento nunca empezara, y tras sus al parecer no escuchados ruegos, un grito.. Y tras el grito, los hombres y no tan hombres corriendo para matarse los unos a los otros como si tuvieran prisa por morir.
Y el hombre de blanco inmaculado se puso el casco blanco y el hombre del caballo corrió hacia el prado con su ejército, y aquella masa de gente chocó causando las primeras pero más brutales muertes. Rodaron cabezas, brazos y piernas, y los dedos de algún mártir, y aquel campo de amapolas se tiñó de negro por un segundo por la gente.
El hombre del caballo llegó hasta el hombre de blanco inmaculado que ya, su yelmo no era blanco, sino más rojo que las amapolas. Agarró espada en mano y cortó la cabeza del caballo cayendo el hombre corpulento y a la vez que caía del caballo decapitado cortó el hombro del desprevenido caballero. Los dos se enzarzaron en un combate en el que uno acabaría con la vida del otro, ambos, tomaron distancia el uno del otro y corrieron a la vez el uno hacia el otro, a la vez que aquella muchacha corría entre los cuerpos mutilados hacia los dos caballeros a punto de matarse, cegados por la ira y las ganas de poseer a la doncella de cabellos negros, ambos, chillando se lanzaron con las espadas empuñadas, con la mala suerte que, aquella muchacha que solo quería que aquella pesadilla nunca hubiera ocurrido y que aquel campo de amapolas volviera a ser el pacífico campo de amapolas donde ella pasaba las tardes rezando a dios, aquella muchacha de cabellos negros como el carbón y ojos marrones intensos fue asesinada por los dos hombres que más amaba, pues la ira y la codicia de ambos les llevó a acabar con la vida de la única persona por la que habían comenzado aquella cruel batalla de hombres, y no tan hombres dispuestos a perder la vida por su rey, y en este caso por una doncella a la cual ellos mismos habían arrebatado la vida clavando una espada en el pecho y otra en el estómago.
Y fue así, como aquel campo de amapolas, cubierto de sangre de doncella y cuerpos de hombres mutilados murió de pena al ver que ni los propios humanos tenían freno, y que la vida, por ser vida, tenía un principio, y un fin.