domingo, 27 de septiembre de 2009

Las amapolas de la pesadilla.

Este mini-relato se lo dedico de nuevo a mi querido novio, con el cual hoy, 27 de Septiembre cumplo 5 meses. Cariño espero que algún día tengas tiempo para leer mis historias. 



Una vez soñé con una pradera, era una pradera de amapolas, rojas como la sangre, y en esa pradera una mujer, una mujer de cabellos lisos y largos, negros como el carbón, tez pálida y mejillas sonrosadas. En aquellos labios rojos se podía ver la tristeza, la misma tristeza que reflejaban aquellos ojos marrones. En su mejilla una lágrima, lágrima que el viento llevó hasta las amapolas. Y la mujer, rezando, alzó la mirada al cielo y volvió la vista al frente.
A un lado, cubierto con armadura y yelmo blanco inmaculado, un hombre, moreno de ojos verdes como rubíes, sujetando el yelmo bajo el brazo.
Al otro lado, un hombre corpulento, más bien mayor, montado a un caballo negro con la espada desenfundada.
Tras los hombres, un ejército, ejército de hombres y no tan hombres a punto de jugarse la vida, por su rey, y en este caso por una mujer.
La mujer en medio, expectante pero distante, rezando por que aquella pesadilla de vísceras y sufrimiento nunca empezara, y tras sus al parecer no escuchados ruegos, un grito.. Y tras el grito, los hombres y no tan hombres corriendo para matarse los unos a los otros como si tuvieran prisa por morir.
Y el hombre de blanco inmaculado se puso el casco blanco y el hombre del caballo corrió hacia el prado con su ejército, y aquella masa de gente chocó causando las primeras pero más brutales muertes. Rodaron cabezas, brazos y piernas, y los dedos de algún mártir, y aquel campo de amapolas se tiñó de negro por un segundo por la gente.
El hombre del caballo llegó hasta el hombre de blanco inmaculado que ya, su yelmo no era blanco, sino más rojo que las amapolas. Agarró espada en mano y cortó la cabeza del caballo cayendo el hombre corpulento y a la vez que caía del caballo decapitado cortó el hombro del desprevenido caballero. Los dos se enzarzaron en un combate en el que uno acabaría con la vida del otro, ambos, tomaron distancia el uno del otro y corrieron a la vez el uno hacia el otro, a la vez que aquella muchacha corría entre los cuerpos mutilados hacia los dos caballeros a punto de matarse, cegados por la ira y las ganas de poseer a la doncella de cabellos negros, ambos, chillando se lanzaron con las espadas empuñadas, con la mala suerte que, aquella muchacha que solo quería que aquella pesadilla nunca hubiera ocurrido y que aquel campo de amapolas volviera a ser el pacífico campo de amapolas donde ella pasaba las tardes rezando a dios, aquella muchacha de cabellos negros como el carbón y ojos marrones intensos fue asesinada por los dos hombres que más amaba, pues la ira y la codicia de ambos les llevó a acabar con la vida de la única persona por la que habían comenzado aquella cruel batalla de hombres, y no tan hombres dispuestos a perder la vida por su rey, y en este caso por una doncella a la cual ellos mismos habían arrebatado la vida clavando una espada en el pecho y otra en el estómago.
Y fue así, como aquel campo de amapolas, cubierto de sangre de doncella y cuerpos de hombres mutilados murió de pena al ver que ni los propios humanos tenían freno, y que la vida, por ser vida, tenía un principio, y un fin.

sábado, 26 de septiembre de 2009

La verdad de la magia.

Una vez... Una amiga me contó un cuento, un cuento que me llegó al alma y que guardo todos los días en mi memoria. No recuerdo el nombre del cuento ni el contenido verdadero, recuerdo la moraleja que me hizo comerme la cabeza 3 semanas enteras.

Una vez, un guerrero sediento y hambriento después de una gan matanza, cubierto de sangre y con la ropa rasgada caminaba por el bosque buscando agua y algo de comida para sobrevivir, justo cuando el joven se iba a quedar inconsciente encontró una cueva, y dentro de ella un pequeño charco de agua de la humedad de la cueva, al saciar su sed el guerrero se adentró a la cueva encontrando así una pequeña figura de madera de un anciano, el guerrero la tomó en sus manos y decidió que des de ese momento sería su patrón, como agradecimiento por el agua, pasó tres días allí, le construyó un altar y sacrificó dos ovejas las cuales se comió después. Pero era ambicioso y quería más, quería una llama eterna para que su patrón siempre quedara alumbrado en esa cueva. Un día, un viejo hechicero se acercó por los alrededores y se sentó a meditar en una piedra al lado de la cueva, el guerrero salió a ver quien era, y al darse cuenta de que era un hechicero corrió hacia la piedra y se paró frente a él. El anciano le preguntó que que era lo que deseaba de él, y él le respondió que quería una vela que durara para siempre para alumbrar siempre a su patrón, el hechicero rió y miró al chico y le preguntó si ese era su deseo, y si ese deseo duraría de por vida, el guerrero lo miró extrañado sin responder, por que era obvia que no sería su deseo permanente. El anciano volvió a reir y le dijo: Joven guerrero, la magia no te serviría para nada, pues la magia perdura, mientras dure el deseo.

lunes, 14 de septiembre de 2009

El banco del parque de la avenida 93

Este pequeño relato, me inspiré en el día en el que en el campo de mi tío, tras un soleado día de septiembre, después de darnos un refrescante baño, las nubes negras de tormenta acecharon el campo y sin dar tiempo a nada empezó a llover, me vino a la mente el otoño, y el octubre que nos esperaba, Octubre de lluvias y de hojas amarillas.

Tras, un largo verano de casi 3 meses, me encontraba sentada en el banco de siempre, bajo el haya de siempre, junto a mi libreta de dibujo, bajo mis pies, se hallaba un mejunje de colores amarillentos y marrones de hojas caídas del gran haya y fango de la lluvia del día anterior.
El parque de el paseo de la avenida 93 estaba totalmente vacío, en parte, normal, ya que el sol ya empezaba a ocultarse tras los edificios y el ambiente refrescaba, tras mirar varias veces el reloj y ver que no eran más que las ocho y cuarto me relajé, miré el cuaderno de dibujo que tenía a mi lado y volví la mirada al frente mientras me frotaba los brazos para entrar en calor.
Aquella chaqueta azul de capucha con algunos bordados en la parte de la cremallera que me había regalado mi madre después de irme a vivir con Andi se me hizo enorme después de adelgazar tanto, y claro, el frío entraba por las mangas de la chaqueta. Subí la cremallera a la cual se le había caído el enganche, hasta que me tapó por completo la boca. No podía pararme quieta, movía los pies o las manos o lo que se me diera en tal de entrar un poco en calor.
Cerré los ojos sintiendo como la humedad del suelo recorría mis piernas por debajo de los pantalones vaqueros bombachos arrugados, no era de planchar, en mi casa toda la ropa se llevaba a la moda, arrugada, tampoco parecía que a mi novio le importara mucho el tema de la ropa, y como llevarla, así que no importaba lo desaliñada que pudiera ser fuera de casa mientras en casa fuera con la mítica camiseta y la ropa interior.
Abrí los ojos pasados un par de minutos y todo seguía igual, del sol, solo quedaba ya el pequeño manto que dejaba a su paso de un color azul oscuro más claro que el negro de la noche tras los edificios, el mundo parecía paralizarse solo un momento antes de que las luces de todo el paseo se encendieran a la vez como si se pusieran de acuerdo.
No me di cuenta de la realidad hasta que algo vibró en mi bolsillo trasero del pantalón, después de sonar un tema bastante llamativo, Andro, de Eluveitie para escuchar bien el teléfono que nunca llegaba a escuchar con el tono de llamada de cualquier móvil normal. Después de mirar el nombre en la tapa de mi Nokia, descolgué el teléfono con una pequeña sonrisa.
-Dime cariño..-Dije en tono sereno y tranquilo apoyando el teléfono en mi oído derecho y dejando caer la espalda sobre el respaldo del banco.
-Ana.. ¿Dónde estás? ¿A caso has mirado la hora? Estaba preocupado cariño.. –De verdad sus palabras parecían nerviosas como si le faltara el aire, soltó un suspiro de alivio al entender que como todos los sábados de otoño me encontraba en el parque de la avenida 93, delante del edificio Embire, dibujando el paisaje y disfrutando de mi tiempo libre. –Bueno.. Ya sé, que me vas a decir que podría haber ido contigo..-Hizo una pequeña pausa con otro de esos suspiros que le salían del alma, yo, en cambio, en vez de suspirar solo podía cerrar los ojos y sonreír como una boba al enterarme de que mi amado novio se encontraba al otro lado del teléfono aclarándome lo mucho que se preocupaba por mí. -¡Pero!.. –Al escuchar ese repentino “pero” que siempre me soltaba cuando tenía alguna sorpresa que anunciarme, levanté la cabeza del respaldo del banco y escuché intrigada. –Si quieres, esta noche podemos cenar en el balcón, y quizá.. Sólo quizá, pueda acompañarte el sábado que viene. –Solté una pequeña risa y destapé el cuaderno en el cual no había nada dibujado.
-Amor, ya voy a casa…-Le dije normal mientras recogía las cosas del banco y las metía en la bandolera negra donde llevaba siempre todo. Despegué el teléfono de mi oreja y le di un beso al altavoz. –Te amo. –Añadí un poco antes de cerrar la tapa del teléfono de golpe y ponerme en pie.
Y así, solo así, y de ninguna otra forma, transcurrió un aburrido sábado de otoño en pleno octubre, bajo la mirada de los bancos de la avenida 93.

La furia de Fenrir.

Bueno.. dentro de poco no podré escribir a diario, así que, dejaré bastante aquí y ahora, así, cuando en mi ausencia no haya palabras por leer, siempre quedará lo ya escrito.

Este pequeño relato lo presenté a uno de los concursos de el instituto donde estudio, con la mala suerte de que alguien, que había escrito sobre amor, me ganó con ventaja.

-¡Corred! ¡Corred!–Gritaba alertando la diosa Freya indicando que pasaran por aquel estrecho túnel de roca, el cual no tenía ni techo, y yacía al descubierto rodeado de precipicios. Las valquirias galopaban en sus caballos como alma que lleva el diablo. Como era de esperar, Fenrir, hijo de Loki el embustero, se había descontrolado completamente y había zafado de sus cadenas adentrándose en terreno de las valquirias.
Aquellos árboles tan preciosos, verdes, de altas copas, eran destruidos al paso del lobo gigante, que arrasaba todo a su paso como huracán a ras de tierra.
-¡Agarrarle las patas a las cadenas!- Thor se hizo notar rápidamente al escuchar su grito de guerra, y con ello, las nubes del ocaso, que en ese momento cubría el cielo con el manto anaranjado, se tornaron negras y empezó a llover.
Fenrir, empapado y enfurecido por el escozor de sentir las puntas de las afiladas flechas de acero de las valquirias, soltó un aullido que hizo resonar la tierra.
Thor, impaciente por el tremendo escándalo que el hijo de su hermano Loki montaba en sus bosques, alzó su martillo, Mjolnir, llamando así a su ejercito, enanos, trols, y gigantes aparecieron detrás de las colinas. Un enano encabezaba el ejército detrás de Thor, un enano de orejas estrechas y puntiagudas que sostenía un estandarte, unos metros más alto que él.
Las valquirias se situaron detrás de los enanos, junto a los elfos que empuñaban arcos apuntando al cielo, la furia desatada de Fenrir, se hacía cada vez más y más intensa, el rencor acumulado hacia Odín, por haberle transformado en lobo, hacía crecer al lobo.
-¡Que cesen las flechas!-La tierra retumbó con la llegada de la giganta Hel, hermana del lobo furioso, que ya descontrolado mostraba sus dientes afilados a todos los presentes, sin importarle la raza ni la intención.
-Hermano; ellos no tienen la culpa de que Odín te haya castigado así, tampoco tú tienes la culpa de los pecados de Loki, pero así lo quiso el destino, y con ello vivirás toda la vida- La giganta, a paso firme pero ligero, fue acercándose más y más a su hermano, al parecer, algo tranquilizado al reconocer una voz familiar.
-¡Aprovechad!-Chilló Thor agitando el hacha hacia delante, dando la orden de traer las cadenas y atar de nuevo al lobo al suelo.
-¡Hermana, no dejes que me vuelvan a atar!- Fenrir salió de su ataque de locura, suplicando ante su hermana, se postró sobre sus patas traseras, agachando el hocico y echando hacia atrás las orejas. La giganta se agachó hacia su hermano, acariciándole el hocico.
-Es por el bien de todos-. Entre dos gigantes ataron las patas traseras del lobo a los anclajes del suelo, los enanos, ayudados por Thor, engancharon las patas delanteras.
Scoll ya se encontraba a punto de alcanzar su objetivo, comerse el sol, para que así la noche llegue, y con la luna, su hermano Hati, y así, sucesivamente con el paso de los días.
Todo acabó en un susto, todos los animales, seres y árboles, volvieron a sus lugares de procedencia, y así, Fenrir, condenado por la eternidad por las mentiras de Loki, su padre, quedó anclado en mitad del bosque, viendo pasar el tiempo, sin más entretenimiento que pensar en lo que hubiera sido de él en otras circunstancias.

El sueño de una noche como esta.

Bueno pues.. Inaugurando este pequeño espacio donde poder expresar todo lo que en mi pequeña, arrugada y ya desgastada mente anhela, escribiendo historias sin pies ni cabeza.

Para inaugurar este blog, pensé en publicar algo que le dediqué a mi novio, y de ahí el título del post. "El sueño de una noche como esta".

Abrí los ojos de repente, notaba un peso al otro lado de la cama de dos en la que dormía, todo estaba en silencio y solo se escuchaba dos respiraciones descompasadas y dos latidos de corazones distintos pero unidos por un mismo sentimiento, me asusté al principio por que todavía estaba dormida, me giré de golpe y ahí estaba Andrés, abrazado a mi, suspiré aliviada y sin que se desvelara me colé entre sus brazos hasta quedar pegada a su pecho, cerré los ojos mientras notaba como me estrechaba hacia él, era una noche de lluvia y mientras escuchaba sus latidos y su respiración sobre mi cabeza escuchaba las gotitas de leve lluvia caer sobre la ventana que teníamos en el cabezal de la cama, abrí los ojos y miré por la rendija de la fina cortina que no separaba del exterior, esa cortina que tanto me empeñé en conseguir en el IKEA, color naranja a juego con la funda del nórdico que tenía puesto.
Bajé la vista de nuevo y cerré los ojos esperando dormirme cuando una leve brisa llegó por mi espalda, como me pasaba la mayoría de las noches, Andrés, bueno, Andi, se llevaba mi parte de manta para él y me dejaba a mi destapada. Me asomé por su hombro y con los pies poco a poco conseguí taparme de vuelta. Negué con la cabeza y volví la cabeza hacia la almohada, quedé mirándole unos minutos y volví a cerrar los ojos, esos rizos que le caían por detrás de las orejas y esa barba descuidada, hasta dormido me volvía loca.
Cada día me digo a mi misma lo afortunada que soy al tenerlo al lado, sino ¿Qué sentido tendría mi vida ahora? Seguía mirándole cuando noté que la mano que me abrazaba por la cadera bajaba lentamente por dentro de mi pantalón haciéndome cosquillas, aguanté las ganas de echarme a reír que me daban las cosquillas y me hice la dormida.
-Ana… Anita… ¿Estás dormida? –Seguía haciéndome la dormida pero al escuchar su dulce voz, sentir su respiración frente a mi cara y sus labios rozando mi cuello no pude evitar soltar una pequeña sonrisa.
Va…Duerme – Ese acento Argentino suyo, susurrándome al oído, sentía que ya podía dormir tranquila de nuevo, él sabía perfectamente lo que a mi me hacía falta para dormir.
Asentí con la cabeza y cerré los ojos sumiéndome en un profundo sueño en sus brazos.